Están disponibles en exclusiva en Audible de Amazon. Si queréis podéis oir una muestra antes de adquirir alguno de ellos.
Aquí abajo os dejo los enlaces:
NUEVOS LIBROS, PASTICHES, REVISTAS, DVDS, BLU-RAYS, PELÍCULAS, SERIES, JUEGOS, NOTICIAS, TEATRO, FIGURAS Y MERCHANDISING VARIADO ENTORNO AL MUNDO HOLMESIANO
En Sherlock Holmes de Hayao Miyazaki, el autor, Sergio Colomino, rinde homenaje a este proyecto del fundador de Ghibli desde el punto de vista del aficionado holmesiano, pero también del fan del anime japonés o el espectador de la época. A través del análisis de cada uno de los episodios, se irán señalando sus referentes en la obra de Arthur Conan Doyle, del propio Miyazaki, en un recorrido que por primera vez abarca la serie en su totalidad. El volumen se completa con una sección dedicada al merchandising de la serie aparecido en España, y un listado de otros Holmes animados en cine y televisión, desde los primeros tiempos de la animación hasta el día de hoy.
En este enlace podéis ver las primeras páginas del libro, para que os hagáis una idea del mismo: https://dolmeneditorial.com/.../Sherlock-Holmes_Cap1_13...
En Whitechapel aparece un siniestro asesino, apodado Jack “el Destripador”... tras recibir la petición de su antiguo maestro, William y los demás comienzan la investigación junto a un nuevo compañero.
Pero, poco a poco, la población comienza a ser controlada por el miedo que siente hacia Jack, y termina desembocando en enfrentamientos entre los Vigilantes de dicho barrio y Scotland Yard. ¿Cuál es la verdadera amenaza que se oculta entre las sombras de los incidentes?
El jurado ha valorado su habilidad y destreza técnica para dar una vuelta de tuerca al género de detectives con la inclusión de numerosos y célebres referentes literarios, aunando humor y picaresca. Máximo Pradera ha firmado un libro con múltiples guiños a autores como Conan Doyle, Stevenson o Cervantes. Ha tomado uno de los personajes ingleses más célebres de todos los tiempos y, en una trama divertida, ha sabido traerlo a los estereotipos españoles y apropiárselo.
En su columna de colaborador en el Diario Público nos habla del libro en cuestión con estas palabras:
Hacía mucho tiempo que quería escribir un pastiche de Sherlock Holmes. Pastiche, un galicismo, es la forma finolis de decir plagio. Y con un plagio titulado El hombre que fue Sherlock Holmes he ganado el 36º Premio Jaén de Novela. Entiéndaseme bien: el mío no es un plagio delictivo, como el que llevó a Arturo Pérez Reverte a ser condenado en la Audiencia de Madrid por robarle un argumento a un compañero de profesión. Un pastiche es más bien un homenaje, una declaración de amor al personaje o la trama que se copia. West Side Story es un pastiche musical de la trama de Romeo y Julieta. La vida privada de Sherlock Holmes es un pastiche cinematográfico del personaje. Siempre que hayan pasado los años suficientes entre la creación del original y la copia, no sueles pisar la cárcel. Por si acaso (no quería yo dar con mis huesos en la prisión de Estremera, junto al Comisario Villarejo), a mi novela le he dado una vuelta de tuerca. No he resucitado a Sherlock. Me he limitado a inventar un personaje que, de tanto leer sus aventuras, llega a creer que es Sherlock. Igual que Don Quijote llegó a pensar que era el heredero de Amadís de Gaula.
Las aventuras del detective británico, por muy dramáticas que sean, destilan siempre un humor muy sutil. Hay humor en lo alambicado y surrealista de las tramas – La liga de los pelirrojos es especialmente delirante –, en la hiperbólica frialdad del detective – soy un cerebro, Watson, el resto de mí es un mero apéndice –, y lo hay también, qué duda cabe, en la relación sadomaquista entre el detective y el doctor, que se deja humillar intelectualmente una y otra vez por Holmes, con tal de trasladar al lector las extraordinarias dotes deductivas de su compañero de aventuras.
Si mi novela tiene humor, es solo porque los relatos de Sir Arthur Conan Doyle también lo tienen. Yo me he limitado solo a sacarlo un poco de quicio. Bueno, un poco bastante. Con decir que la dama en apuros, que acude a pedir ayuda al detective, se llama Brianda de la Castuza está dicho todo.
Lo peor que puede hacer un pasticheador de Sherlock es colocarle al lado a un Watson demasiado tonto. Todas las adaptaciones audiovisuales que se han hecho del detective han incurrido en el mismo exceso. Todas, menos una. El Sherlock de la BBC, protagonizado por Benedict Cumberbatch, una serie fuera de serie, en gran parte por el extraordinario Watson que le pusieron enfrente. No hablo solo de la gran interpretación de Martin Freeman, que se come muchas veces a su compañero de reparto. Me refiero sobre todo al acierto con el que está recreado el personaje. Puede que no tenga las dotes deductivas de su amigo, pero su inteligencia emocional es ciertamente superior. Hasta el punto de que se burla de él cuando lo sorprende en actitud de postureo intelectual.
En mi novela, también me he esforzado en cuidar este extremo. Sherlock no necesita a un bobalicón a su lado para deslumbrar a los lectores o a Scotland Yard. Sus facultades son lo suficientemente asombrosas como para que brillen por sí mismas. Voy más allá: hacer de Watson un lerdo es un insulto a Holmes. Porque si el buen doctor fuera realmente tan obtuso ¿por qué querría tenerlo a su lado en todas sus aventuras? Un idiota es siempre un lastre, estemos investigando un crimen en el Londres victoriano o tratando de acabar con una pandemia en la Comunidad de Madrid.
Watson es inteligente y observador. Lo único que le diferencia de Holmes es que partir de los mismos datos, no es capaz de llegar a las mismas conclusiones. Le faltan años de profesión, le falta formación criminológica: él es médico militar, no detective consultor. Por eso Sherlock le putea diciéndole que, aún no siendo luminoso, sí es en cambio un conductor de luz: porque muchas veces sus errores de apreciación estimulan sus razonamientos. Pero estos hirientes sarcasmos se refieren solo a su capacidad detectivesca. Holmes siente un gran respeto hacia Watson como médico y aunque le reprocha que le eche tanta literatura a sus relatos, es evidente que también le interesa como escritor. Si no, no se molestaría en leer lo que escribe. No nos engañemos: el único idiota de la serie es el inspector Lestrade. Por ese sí siente auténtico desprecio el genial detective.
Es público y notorio que Conan Doyle consideraba las aventuras de Sherlock Holmes una creación menor. Cuando su personaje, que nació como un divertido ganapán, llegó a convertirse en un fenómeno de masas, Doyle decidió acabar con él, por miedo a que eclipsara sus novelas históricas. Quería ser el Sir Walter Scott del Siglo XIX y en cambio sus lectores sólo quería oír hablar de Holmes y Watson.
He descubierto que a mí ahora me pasa justo lo contrario. Mis novelas histórico musicales –La Décima Sinfonía, Las dos muertes de Mozart, etc. traducidas a más de veinte idiomas y que han vendido decenas de miles de ejemplares– ya me empiezan a parecer tan solo un entretenido ganapán y con lo que de verdad querría pasar a la historia – o a la historieta, al ser una novela humorística– es con El hombre que fue Sherlock Holmes.
Buenos Aires es una ciudad extraña, misteriosa; entre sus avenidas de neón y sus carteles luminosos podemos avistar cúpulas casi tan antiguas como la nación; fue fundada dos veces y, pese a estar bajo el amparo de la Virgen, en su centro se yergue un obelisco pagano y en sus barrios todavía conviven fantasmas, duendes y hechiceros. Su puerto, siempre dispuesto, ha recibido visitantes de todo el globo, muchos de ellos grandes personalidades: García Lorca, Juan Pablo II, Queen… Sí, ya sé, la mayoría vino por el aeropuerto de Ezeiza y no por el puerto, pero entienden el punto.
Los que sí han desembarcado en el puerto de La Boca fueron los inmigrantes que, aún hoy, dejan su huella de colores pintorescos. ¿Cuántos barcos habrán pasado por nuestras aguas? ¿Cuánta gente habrá bajado de ellos, con miedo, esperanza, angustia? Entre tanto ajetreo, allá, en los albores del siglo, cuando el cocoliche parecía la lengua oficial, un hombre alto, de nariz ganchuda y gorra de cazador, no hubiera llamado mucho la atención. Ni siquiera su inglés atildado y sus modales elegantes habrían destacado.
Tal vez, algún empleado portuario se hubiera reído a sus espaldas, antes de ser reprendido por aquel sujeto a quien nada se le escapaba. Un hombre con un nombre que el pobre encargado de la aduana no habría sabido escribir correctamente… a menos que fuera un gran lector.
Un nombre que huele a tabaco para pipa, sabe a brandy y suena como un acorde de violín. ¿Ya adivinaron de quién hablo? Si necesitan más pistas puedo recomendarles al detective más famoso del mundo y él los ayudará. Simplemente sacará su tarjeta y leerán: Sherlock Holmes.
La Editorial SM, a través de su sello y el marplatense Mario Méndez (1965), nos presentan esta historia como un testimonio real: un manuscrito datado en 1905 (cuya antigüedad verificaron los expertos) y transmitido, en secreto, de generación en generación por la familia Vallejos, junto con la única prueba de veracidad sobre el asunto: un baúl gastado y maltrecho con las iniciales S.H. grabadas en la tapa. Después de la breve nota saltamos directamente a la historia.
En 1905, el investigador londinense es contratado por el ministro Bailey, encargado de la Embajada Británica, para encontrar a su hija Elaine de veintiún años quien lleva tres meses desaparecida y nadie es capaz de encontrarla o hallar pistas sobre su paradero. Ni pedidos de rescate, ni carta de despedida ni nada. La joven sencillamente parecía evaporada. Para resolver este caso, Holmes llega sin su fiel doctor Watson, pero no estará solo: Manuel Vallejos, un joven porteño, pelirrojo y de ascendencia escocesa, se desempeña traductor y cadete en la Legación y es asignado como el nuevo asistente del detective. Es él quien lleva el registro escrito del caso que luego permanecerá en su familia.
También resulta ser el verdadero protagonista del relato llevando la investigación de un caso subsidiario: la desaparición del baúl de Holmes. Esta investigación lo mantendrá ocupado la mayor parte del relato y bastante alejado del que se suponía era el misterio principal. Esto tiene un gran punto flojo: se supone que Vallejos debía desempeñarse como traductor para Sherlock, sin embargo, este último es capaz de resolver el caso e incluso desplazarse hasta el campo sin ayuda de su asistente. Asimismo la desaparición de Elaine queda reducida a segundo plano ante el problema del baúl aunque este objeto parece carecer de mayor relevancia.
Pese a esto, la historia es disfrutable y utiliza varias de las aficiones del mítico residente del 221B de Baker Street, como claves para la resolución del caso, en especial el gusto por la apicultura y además nos lleva en un paseo por el tiempo y el espacio recorriendo la ciudad de principios de siglo XX.
Después de la novela de Sherlock en Buenos Aires, pasamos a la sección de estudio literario con las razones para leer un clásico, un análisis de la vida y obra de Arthur Conan Doyle, quien diera vida y muerte a Sherlock Holmes (y también lo resucitó a pedido de los fans), la evolución del género policial y un breve resumen de “La Liga de los Pelirrojos” para finalizar con dicho cuento, traducido por Evelia Romano.